EL PAPEL DE LA ESCUELA EN EL DESARROLLO DEL
ADOLESCENTE
(JAVIER ONRUBIA)
La adolescencia constituye una etapa
de notables cambios en el desarrollo psicológico de las personas, que afectan a
los distintos ámbitos del comportamiento de las mismas y que marcan de manera
decisiva su incorporación a la vida y al mundo de los adultos.
La escuela constituye uno de los escenarios
en que los adolescentes de nuestra sociedad ocupan buena parte de su tiempo,
sea directamente ó indirectamente. La relación entre ambas cuestiones, sin
embargo, tal vez no sea valorada con la misma unanimidad por todos
La adolescencia puede caracterizarse,
en su conjunto, como una etapa de transición hacia las formas de comportamiento
personal y social propias de la vida adulta, en la cual aparece implicado el
dominio de una amplia gama de nuevas potencialidades comportamentales de interpretación
de la realidad personal, física y social, así como de actuación sobre la
realidad. De acuerdo con la segunda, esa transición tiene, como una de sus notas
definitorias, la de ser social y culturalmente medida, tanto desde el punto de
vista interpersonal como desde el punto de vista con-textual; dicho en otros
términos, las relaciones e interacciones entre el adolescente y las personas
que le rodean, así como las características de los distintos contextos en que
participa, influyen de manera fundamental en la actualización de las nuevas
potencialidades de comportamiento que ofrece la etapa, y en la manera en que se
concrete la transición adolescente hacia la vida adulta. Desde esta perspectiva,
la escuela, como uno de los contextos en que los adolescentes participan de
manera habitual, y por sus especiales características, puede jugar un papel
relevante en esa actualización de capacidades y, en general, en el conjunto de
la transición adolescente.
LA TRANSICIÓN ADOLESCENTE
Los niños experimentan un amplio
conjunto de cambios corporales que los transforman, desde el punto de vista biológico,
en individuos adultos con capacidad para la reproducción. El acceso a esta
capacidad biológica no se asocia automáticamente, en los grupos humanos, al
acceso al estatus psicológico y social de persona adulta. Ello tiene que ver,
en buena medida, con el carácter cultural que presenta el desarrollo y el
comportamiento de los individuos de la especie humana: la continuidad dela
especie implica, en nuestro caso, la transmisión de padres a hijos no solamente
de una cierta herencia genética biológicamente regulada, sino también una
cierta “herencia cultural”. El acceso al estatus adulto implica la necesidad de
adquirir un amplio conjunto de capacidades y formas de comportamiento En
algunos grupos humanos, la distancia entre el momento de acceso a la madurez
sexual y el acceso a ala condición adulta es pequeña. En estos grupos habitualmente
sociedades de nivel tecnológico relativamente bajo y en que la maduración
biológica se da de manera relativamente tardía en relación a nuestros patrones,
la posibilidad de reproducción sexual se da en un momento en que los jóvenes
dominan las capacidades necesarias para, por ejemplo, obtener alimento, atender
sus propias necesidades materiales y cuidar a los niños pequeños. En otros
grupos humanos, sin embargo, entre los que se encuentran las sociedades industrializadas
como la nuestra, la adquisición y dominio de las capacidades y formas de
comportamiento que confieren el estatus adulto se produce de manera
significativamente retardada en el tiempo con respecto al acceso a la
posibilidad biológica de reproducción. Este dilatado período de tiempo, que
típicamente es en estas sociedades de al menos seis o siete años, y que puede prolongarse
más allá de los nueve o diez en que el individuo es adulto biológica pero no socialmente,
y en que tiene que enfrentarse a una amplia y compleja gama de tareas evolutivas
necesarias para ocupar su lugar como miembro adulto y de pleno derecho del
grupo social, es lo que denominamos habitualmente “adolescencia”, atribuyéndole
un carácter específico como periodo peculiar en el proceso evolutivo de las
personas.
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